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Un minuto después, Gustav ya estaba al volante. Cuando después de tanto ruido te encuentras no sólo en silencio, sino en tu propio coche, llega una sensación de paz acompañada de un tremendo sentimiento de ti mismo, como si te hubieras cambiado la ropa de otra persona por la tuya propia.
Eran las cuatro de la madrugada y aún no había amanecido; la ciudad aún tenía un aire nocturno. Cuando salió del club, Gustav condujo hasta Southwest Prospect y se dirigió a la región, a una hora y media de distancia, a su casa, detrás del Pequeño Anillo Regional, en la autopista del Suroeste.
Era bueno pensar en momentos así. Sobre lo que fue, lo que será, lo que es ahora.
Le gustaba lo que le estaba pasando a la gente ahora. La época en que la sociedad de masas empezó a crear una corriente de pensamiento común para todos. Cada uno pensaba a su manera, sin dejar de pensar como los demás. Este juego con la mente subconsciente dentro de un gran número de personas.
Hace veinte años, existía una sociedad de consumo en la que todo el mundo tenía que tener una "cosa". Entonces esa cosa se hacía vieja, y empezaba la caza de una nueva "cosa". Ahora esto no es suficiente. Hay una crisis en la sociedad de consumo.
Todo el mundo necesita ser algo, ser alguien, significar algo para el mundo. O al menos considerarse como tal, creer que uno significa algo. Quizá sea por la demanda de mano de obra compleja. Quizá sea porque las cosas se han vuelto
más libres y coloridas en el espacio sociocultural. Quizá porque todo se hizo accesible a casi todo el mundo gracias a la revolución de la información que supuso Internet. Pero la nueva subespecie de hombre era muy diferente de todas las que la habían precedido.
El hombre jugando. Una base postmaterialista de visión del mundo, en la que el concepto de juego de la vida no sólo empuja a la persona hacia adelante, sino que le hace disfrutar con lo que hace. Y no basta con que todo salga bien: hay que hacerlo bonito, crear una imagen creativa.
Por supuesto, no sin desventajas obvias. Y los nuevos "establos avileños" son un choque cultural en el que no hay un esbozo de estabilidad, esa misma estabilidad que no es más que una zona de confort en su esencia; pero hay una competencia cero que lo pone todo en cuestión y la necesidad de una trayectoria propia, en la que es necesaria una reflexión constante.