–¡Por fin despertaste! – escuché la voz de Lana.
–Mejor no hubiera despertado… – gemí apenas audible. Hablar era difícil.
–No digas eso, sobrevivirás… – dijo Lana. Aunque su voz sonaba insegura.
–¿Y para qué? Quiero irme… – por primera vez en mucho tiempo me permití llorar—. ¿Dónde están esos malditos?
–Salieron a algún lado – Lana se encogió de hombros—. ¡Y puedes irte! ¡Ya no estás atada! ¡Vamos, levántate!
–No puedo… – me quejé, levantando con dificultad la mano para limpiar mis lágrimas—. No puedo moverme…
–¡Deja de lloriquear! ¡Levántate y corre! ¡Mientras no hayan vuelto!
Intenté moverme y sentí un agudo dolor en el ano. De pronto recordé aquella noche en la que Lázarev me violó en ese lugar inmundo. Y cómo Lana se había burlado de mí después, diciendo que me acostumbrara, que a nuestro amo solo le gustaba entrar por la puerta trasera. No sé qué problemas psicológicos tendría, pero después de aquella muestra de cariño no pude sentarme durante una semana.
Ahora sentía algo parecido, solo que mucho más intenso. Al parecer me estuvieron violando por la puerta trasera todo el día y toda la noche, mientras estaba inconsciente.
–Ya estoy aquí – escuché la voz alegre de Amir. Algo se revolvió en mi interior. ¡Hubiera matado a ese desgraciado! ¡Lo habría destrozado ahí mismo, si hubiera estado en mis manos! Pero, ¿qué podía hacer yo?
Él se acostó a mi lado y me abrazó ligeramente.
– Tienes un culito tan dulce. Y, como resultó, tampoco es virgen – sonrió con ironía—. ¿Sabes cómo lo supe?
No reaccioné. Me daba igual, completamente igual, lo que estuviera diciendo. En ese momento solo podía soñar con que a ese cabrón le cayera encima un meteorito, o que apareciera una bala perdida de la nada y le atravesara su estúpida cabeza.
– ¡Vale, no te esfuerces! —se burló él—. Claro, eres la puta de Lázarev. Y él a todas sus putas solo se las folla por detrás. Tiene una fobia, no le gustan los coños femeninos.
Se rio durante un largo rato de la fobia de Lázarev, levantando mis piernas y acomodándose contra mí con su órgano sexual. Sentí cómo algo caliente y duro se deslizaba dentro de mis intestinos.
Resultó que mi esfínter estaba bastante relajado. Amir se preparó para entrar en mí, pero dudó, como si estuviera jugando conmigo.
Deslizando la punta por el surco entre mis nalgas abiertas, la apoyó contra el agujerito. Intenté relajarme aún más para no sentir dolor.