(гвоздики, как революционная лавина /солдат/ в красных картузах; gorro, m – шапка, картуз), cubrían los bancales (покрывали = заполняли грядки) y asaltaban los senderos (и осаждали тропинки; asaltar – нападать); arriba, las magnolias balanceaban su blanco cogollo (над ними: «наверху» магнолии раскачивали свои белые чаши: «сердцевины»; cogollo, m – побег, росток, сердцевина) como un incensario de marfil (словно кадило из слоновой кости) que esparcía incienso (которое источало: «распространяло» благоухание; incienso, m – ладан, фимиам) más grato que el de las iglesias (приятнее, чем «то, /которое/» в церквях); y los pensamientos, maliciosos duendes (а анютины глазки, лукавые гномы; mal – плохой; malicioso – злой, лукавый; duende, m – домовой, гном), sacaban por entre el follaje (приподнимали из листвы: «вынимали через листву») sus garras de terciopelo morado (свои фиолетовые бархатные коготки: «из фиолетового бархата»), y, guiñando las caritas barbudas (и, сморщив свои бородатые личики: «подмигивая своими бородатыми личиками»; guiñar – подмигивать; cara, f – лицо; barba, f – борода), parecían decir a la chica (казалось, говорили: «говорить» девушке):
– Borda, Bordeta… (Борда, Бордета), nos asamos (жарко: «мы жаримся»). ¡Por Dios (ради Бога), un poquito de agua (немножко воды; poco – мало; el agua, f – вода)!
Las azucenas de blanco raso, se erguían con cierto desmayo, como las señoritas en traje de baile que la pobre Borda había admirado muchas veces en las estampas; las camelias, de color carnoso, hacían pensar en tibias desnudeces, en grandes señoras indolentemente tendidas, mostrando los misterios de su piel de seda; las violetas coqueteaban ocultándose entre las hojas para denunciarse con su perfume; las margaritas se destacaban como botones de oro mate; los claveles, cual avalancha revolucionaria de gorros rojos, cubrían los bancales y asaltaban los senderos; arriba, las magnolias balanceaban su blanco cogollo como un incensario de marfil que esparcía incienso más grato que el de las iglesias; y los pensamientos, maliciosos duendes, sacaban por entre el follaje sus garras de terciopelo morado, y, guiñando las caritas barbudas, parecían decir a la chica:
– Borda, Bordeta…, nos asamos. ¡Por Dios, un poquito de agua!