El Airecito – Сквознячок - страница 3

Шрифт
Интервал


Airecito ha salido por la ventanilla y se ha ido volando por encima de la dormida ciudad. De repente un llanto ha llegado a sus oídos, estaba seguro de que no era llanto de un niño. Era lamentable, triste y se oían chirridos y ruidos extraños en él. El Airecito se ha dirigido hacia allí, desde donde se escuchaba este misterioso sonido. El llanto le ha traído a la Plaza de la ciudad y Airecito se estremeció al descubrir lo que estaba pasando.

La vieja Torre de la Prisión situada en el centro de la Plaza estaba llorando desconsoladamente. Ella lloraba tan fuerte que su tejado rechinaba con cada suspiro y se movía de un lado al otro. Se estremecían todas sus almenas y torrecitas, sonaban las rejas de hierro fundido y chirriaban las veletas. En los viejos tiempos esa majestuosa y arrogante Torre inspiraba miedo a los ciudadanos ya tan sólo con su aspecto, sin embargo, ahora es un antiguo y vetusto edificio de prisión que está vacío y abandonado durante al menos los últimos 300 años.

Y ahora la Torre, que era tan soberbia en el pasado, lloraba como una viejita, indefensa y tan sola en el medio de la dormida ciudad. Al principio Airecito no podía ni creer lo que estaba viendo y pensó que eso le había parecido en medio de la noche. Pero al escuchar que la Torre seguía llorando, le ha entrado mucha lástima y Airecito se dirigió a ella. Al acercarse le preguntó:

– ¿Quién te ha ofendido? ¿Qué te ha pasado?

– ¡Ah, eres tú, Airecito! ¡Oh, soy tan infeliz! Estoy llorando porque en nuestra pequeña y acogedora ciudad la gente nace y vive durante toda su vida a la vista de los demás. ¡Porque hace muchísimo tiempo que no hay malvados ni criminales en nuestra ciudad y ni te digo lo difícil que es encontrar a un ladrón! ¡No hay nadie a quien encarcelar entre mis muros! – lamentaba la Torre.



Airecito, muy sorprendido, ha protestado:

– ¡Sabes, yo creo que todo eso son motivos para alegrarse!

Él ya estaba más tranquilo porque según parecía no pasaba nada serio. Airecito quería dar la vuelta y volar hacia su casa. Pero la Torre seguía quejándose, tragando las lágrimas:

– Es cierto, y yo misma también me alegraría por eso, pero… ¡Ayer por la mañana el Gobernador emitió un decreto que decía que era necesario derrumbarme!

– ¿Qué decreto? – se asombró Airecito.