DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - страница 40

Шрифт
Интервал



Conseguir una cotorra no es fácil, aparte de que su captura y venta están prohibidas. Preguntando y preguntando me dijeron que en la Isla de la Juventud todavía se encontraban con facilidad, por lo que preparé viaje, saqué unos pesitos del banco y una mañana de junio me vi navegando hacia allá.


Logré hospedarme en el motel “Las Codornices” en las afueras de Nueva Gerona. La pasé de maravillas, no por gusto la Isla es Municipio Especial, me quedaba boquiabierto cuando al visitar las cafeterías observaba las tablillas de las ofertas totalmente repletas, muy diferente de lo que se veía en la Habana y ni que decir de otros pueblos de la Isla grande, los precios eran además ridículos. Me di gusto comiendo bistec de caguama, camarones, enchilado de jaibas, jamón vikin y mil cosas más. Preguntando por aquí y por allá establecí contacto con un carbonero que me prometió conseguirme una cotorrita antes del 24 de junio, dicen que después de ese día, el de San Juan, los pichones que no han logrado abandonar el nido cogen gusanos y se mueren.


El viejo no me quiso cobrar nada, pero sí aceptó un par de botellas de ron que le regalé.


Cuando vi a la cotorra de mis desvelos pensé que me estaban engañando. Era un bicharraco feo, sin plumas, apenas unos cañones que asomaban sobre el pellejo colorado, una cabeza grande con un pico descomunal, pero lo más sorprendente eran los ojos, negros, enormes y saltones. Tenía un apetito voraz y emitía unos chillidos ridículos y estridentes.


Transportar a aquel bicho hasta la Habana era realmente difícil y riesgoso debido al severo chequeo que en la Terminal Marítima y en el aeropuerto existía siempre y que para esta fecha de saca de las cotorras se reforzaba. Dos días me pasé cavilando cómo proceder hasta que se me alumbró el bombillo. Fui hasta una de las tiendas de la Calle 39 y compré un radio VEF –206, lo desarmé y en el espacio donde se colocan las baterías puse al pajarraco, cabía a la perfección, pero chillaba como una poseída. Alguien me recomendó empastillarla, así que le soné un par de Benadrilinas y medio Diazepán una hora antes del vuelo. Logré pasar el chequeo sin problemas, iba muy orondo con mi radio en la mano. Por desgracia había comenzado a llover y el vuelo se retrasaba. A la media hora Friki, como había decidido nombrarla, por lo de las pastillas, empezó a emitir ligeros chillidos y me vi precisado, preso de tremendo nerviosismo a separarme del resto de los pasajeros y comenzar a trastear los botones del aparato como si lo estuviera sintonizando. Si me sorprendían con la cotorra la multa no me la quitaba ni el pipisigallo, para mi suerte logré que se callara hasta que abordamos el AN-24.