Севильский озорник, или Каменный гость / El burlador de Sevilla y convidado de piedra - страница 4

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Интервал


Ripio
Ya prosigo.
¿Quiérete Isabela a ti?
Octavio
¿Eso, necio, has de dudar?
Ripio
No, mas quiero preguntar,
¿Y tú no la quieres?
Octavio
Sí.
Ripio
Pues, ¿no seré majadero,
y de solar conocido,
si pierdo yo mi sentido
por quien me quiere y la quiero?
Si ella a ti no te quisiera,
fuera bien el porfialla,
regalalla y adoralla,
y aguardar que se rindiera;
mas si los dos os queréis
con una mesma igualdad,
dime, ¿hay más dificultad
de que luego os desposéis?
Octavio
Eso fuera, necio, a ser
de lacayo o lavandera
la boda.
Ripio
Pues, ¿es quien quiera
una lavandriz mujer,
lavando y fregatrizando,
defendiendo y ofendiendo,
los paños suyos tendiendo,
regalando y remendando?
Dando, dije, porque al dar
no hay cosa que se le iguale,
y si no, a Isabela dale,
a ver si sabe tomar.

Sale un criado

Criado
El embajador de España
en este punto se apea
en el zaguán, y desea,
con ira y fiereza extraña,
hablarte, y si no entendí
yo mal, entiendo es prisión.
Octavio¿Prisión? Pues, ¿por qué ocasión?
Decid que entre.
Entra Don Pedro Tenorio con guardas
Pedro
Quien así
con tanto descuido duerme,
limpia tiene la conciencia.
Octavio
Cuando viene vueselencia
a honrarme y favorecerme,
no es justo que duerma yo.
Velaré toda mi vida.
¿a qué y por qué es la venida?
Pedro
Porque aquí el rey me envió.
Octavio
Si el rey mi señor se acuerda
de mí en aquesta ocasión,
será justicia y razón
que por él la vida pierda.
Decidme, señor, ¿qué dicha
o qué estrella me ha guiado,
que de mí el rey se ha acordado?
Pedro
Fue, duque, vuestra desdicha.
Embajador del rey soy.
De él os traigo una embajada.
Octavio
Marqués, no me inquieta nada.
Decid, que aguardando estoy.
Pedro
A prenderos me ha enviado
el rey. No os alborotéis.
Octavio
¿Vos por el rey me prendéis?
Pues, ¿en qué he sido culpado?
Pedro
Mejor lo sabéis que yo,
mas, por si acaso me engaño,
escuchad el desengaño,
y a lo que el rey me envió.
Cuando los negros gigantes,
plegando funestos toldos
ya del crepúsculo huían,
unos tropezando en otros,
estando yo con su alteza,
tratando ciertos negocios,
porque antípodas del sol
son siempre los poderosos,
voces de mujer oímos,
cuyos ecos medio roncos,
por los artesones sacros
nos repitieron «¡Socorro!»
A las voces y al ruido
acudió, duque, el rey propio,
halló a Isabela en los brazos
de algún hombre poderoso;
mas quien al cielo se atreve
sin duda es gigante o monstruo.