Y así, como dos zombies, recorrimos calles, museos y plazas de la Habana. Yo me hacía el extranjero, aunque a ciencia cierta era un extranjero nacional en aquella ciudad y me sorprendía de cosas y casas. De la Habana Vieja el nica me comentó bajito que lucía peor que Managua después del terremoto.
Nuestros guías, incansables y entusiastas militantes de la UJC, nos permitieron dispersarnos con la promesa de rencontrarnos en un par de horas en el Parque Central, para de allí volver a la Lenin a almorzar y al rato partir de nuevo hacia el Estadio Latinoamericano para la gala inaugural.
La ciudad era para mí tan desconocida como para Eusebio, así que preguntando por aquí y por allá llegamos hasta la Avenida del Puerto. Yo me quejé de las aguas tan sucias de la bahía y el nica me espetó sorprendido.
_ ¿Tú nunca has viajada en barco? Todos los puertos de todos los países son iguales.
Me di cuenta que tenía que interiorizar más mi papel de extranjero o me vería en apuros en cualquier momento. La compañía del socio me resultaba agradable y hasta me hacía sentir más seguro, pero tenía que zafarme de él para asumir el rol de árabe, de lo contrario mis propias credenciales me iban a delatar. Deambulando entre kioscos y tarimas donde tocaban grupos musicales, logré, mientras Eusebio tiraba un pasillo con una mulata colosal, mejor dicho culosal, alejarme de él con el pretexto de comprar cigarros y me perdí de todo aquello. Monté en una guagua de la ruta 27 que decía en el cartelito que iba para el Cerro y como sabía que el estadio Latinoamericano estaba por allá decidí rondar por sus alrededores hasta la hora de la inauguración.
El acto fue maravilloso, lleno de colorido, música y alegría. Yo por supuesto no desfilé con ninguna delegación, me metí entre el público a vacilar todo aquello, las coreografías, la pizarra humana, los fuegos artificiales, la actuación de Los Van Van e Irakere.
Al otro día, como no tenía interés alguno de participar en las comisiones de trabajo, ni en las plenarias me uní a un grupo que iba para el Parque Lenin. Éramos representantes de varios países y entre ellos iba mi rumanita. Para ella fue muy natural verme con mi nuevo pitusa, pero yo estaba loco porque me lo celebrara, tenía tanta alegría y orgullo que como se dice no me cabía en el culo ni un alpiste.