DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - страница 29

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Simón con mis cuidados se restableció bastante y hasta engordó un par de libritas, le mandé a hacer nuevos espejuelos y personalmente le curaba las fístulas en su espalda. Cuando le estaba tomando cariño se murió. Amaneció un día tiesecito y frio, infarto del miocardio.


Apenas tuve los papeles de la vivienda a mi nombre pensé mudarme de allí, pero la envidiable posición del lugar me hizo desistir de la idea y empecé entonces a buscar trabajo. Encontrar una pincha suave, que tenga buen salario y donde se puedan resolver cositas extras no es fácil, de eso me di cuenta cuando me metí casi tres meses buscándola y no apareció. Ya los fonditos que había traído de la casa y los pocos pesos que dejó Simón debajo de una colchoneta se habían esfumado o más bien fumado. A diario hacía un par de pesos vendiendo hielo a otros vecinos que no tenían refrigerador, pero aquello no satisfacía mis aspiraciones.


Un vecino me propuso vender ron, otro carne de res, otra cemento de una micro brigada, pero tenía terror de que me sorprendieran in fraganti en aquellas ilegalidades y fuera a parar a la cárcel, de esa siempre me cuidé. Por fin recalé de operador de una máquina conformadora de plástico con un merolico que fabricaba argollas, aretes, hebillas de pelo, pozuelos, peines y mil baratijas más. Aparte de recibir diariamente veinte pesos de salario podía llevarme alguito, que luego vendía por mi cuenta, por lo tanto en general escapaba con unos treintaicinco o cuarenta pesos cada día. Una verdadera fortuna para la época.


Ahorrando al máximo al cabo de tres meses tenía ya casi cuatro mil cabillas, que dos meses después ascendían a doce mil. Tuve la suerte además de que me sorprendiera en la Habana el alboroto de las salidas masivas para los Estados Unidos por el Mariel. Un hermano de mi patrón era cantinero de una de las villas turísticas de Guanabo, creo que de Playa Hermosa y lo oí diciendo que necesitaban un ayudante de cocinero contratado para darle servicio a los tripulantes de las miles de embarcaciones recaladas en el puerto. Enseguida me ofrecí, qué título ni un carajo, le dije, a ti lo que te hace falta es un cocinero y ese soy yo. Su hermano logró convencerlo de que yo era responsable y trabajador y me aceptó.


Dos días después estaba balanceando mi mareo inicial en un barco langostero, uno no, dos barcos unidos por fuertes cabos trenzados, que fondearon en el centro del puerto y que fungían como área de venta. Con la mentalidad de hoy allí hubiera hecho un pan, pero en aquel entonces si te cogían con un dólar en el bolsillo, aunque fuera con uno solito te buscabas una salación. De todas maneras siempre pude escapar como se dice, baste decir que a diario, después del cuadre entregábamos más de cinco mil fulas, aparte de dos mil o tres mil pesos cubanos, sí, porque los que hacían su segundo o tercer viaje yo no sé cómo se las arreglaban para andar con dinero nacional.