La frequenza dell'universo - страница 2

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Por la tarde, cuando el sol se ponía en el horizonte, el casco antiguo se transformaba. Las fachadas de las casas, iluminadas por la suave luz de las farolas, proyectaban largas sombras, creando una atmósfera misteriosa. El río Aare, reflejando los últimos rayos del atardecer, se convertía en un espejo en el que la ciudad veía su reflejo: eterno e inmutable.

El casco antiguo de Berna no era simplemente un lugar. Era un estado del alma. Aquí el pasado y el presente se entrelazaban tan estrechamente que parecía que el tiempo se había detenido para permitir que cada persona que llegara aquí tocara la eternidad.

Las personas caminaban por los pequeños callejones. A lo largo de la calle había mesas; alguien leía un periódico con las últimas noticias, en el aire flotaban los aromas del café y de la repostería típica. Alrededor se exhibían vitrinas con ropa de lujo.

En una de ellas trabajaba Emma.

Emma

Su sonrisa era un rayo de sol en un día nublado: sincera, ligera, contagiosa. No era artificial ni rutinaria, como la de muchos en el sector de servicios. Emma sonreía porque realmente disfrutaba lo que hacía. Creía que cada persona merece sentirse hermosa y segura, y su sonrisa parecía decir: "Te ayudaré a encontrar lo que te hará feliz". Las personas llegaban a ella con un ánimo pesado, pero se marchaban con ligereza en el alma y una sonrisa en el rostro.

Los clientes acudían a Emma no solo en busca de prendas a la moda, sino también para sumergirse en la cálida luz de sus ojos, que parecían mirar en lo más profundo de cada persona y ver algo especial, algo que los demás no notaban. Cuando ella miraba a un cliente, su mirada no era solo atenta; era penetrante, como si intentara desentrañar su historia para entender qué los hacía únicos. Y la gente lo sentía. Se abrían ante ella como libros, confiándole sus deseos y sueños más íntimos.

Algunos clientes confesaban que venían a la tienda no tanto para comprar, sino por su energía. "Eres como un rayo de luz", le decían. Emma siempre se sonrojaba con tales palabras, pero en el fondo se alegraba de poder ofrecerles algo más que solo ropa. Creaba a su alrededor una atmósfera de calidez y confianza, donde cada uno se sentía importante y valioso.

Su manera de comunicarse era ligera, natural y desenfadada. No presionaba, no imponía, sino que guiaba suavemente, ayudando a los clientes a encontrar lo que realmente les convenía. Podía elegir con facilidad el atuendo perfecto para una reunión de negocios o sugerir algo inesperado para una fiesta, teniendo siempre en cuenta los gustos y preferencias de la persona. Y lo hacía con tal sinceridad que la gente regresaba a ella una y otra vez, trayendo consigo a amigos y conocidos.